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Herbert George Wells |
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Thomas Carlyle |
Thomas Carlyle, distinguido ensayista inglés alguna vez opinó
acerca del carácter sombrío de la ciencia económica y remataba diciendo que
solo se encargaba de dar malas noticias. Una definición resumida acerca de esa
ciencia social (No pocos dicen que ni es social ni es ciencia. Esa es otra
discusión) es la de catalogarla como el estudio de las decisiones. Si la gente
decide mal, en particular los que gobiernan hay consecuencias en la vida de la
sociedad. Entre los que profesan esa disciplina científica ni siquiera está
claro en que asuntos hay consensos. Se pueden encontrar artículos de los
estudiosos de ella que se contradicen abiertamente entre sí al respecto, sin
embargo entre muchos pioneros de ambos lados de la biblioteca (Mercado vs.
Estado) se puede inferir que existe la idea de que se comporta como un sistema
de entradas y salidas, incluso alguien como Richard Lipsey autor del clásico “Introducción
a la Economía Positiva” utiliza palabras como input y output para explicar la
conducta empresarial desde el cristal microeconómico. Adam Smith hablaba de la “mano
invisible” que hace posible la satisfacción de las múltiples necesidades de la
sociedad. Karl Marx, explicaba el funcionamiento del capitalismo a partir del
concepto de la rotación del capital, es decir el momento desde que se produce
hasta que se intercambia el bien por mas dinero en un ciclo incesante. No han
sido pocos los intentos de pervertir el sistema con el objetivo difuso de
evitar y suprimir las desigualdades que se derivan de ella a partir de un
elemento fundamental como lo es el sistema de precios bajo el argumento que el
ascenso permanente de esa variable es consecuencia de la avaricia de unos
empresarios inescrupulosos que nunca ven saciado su apetito voraz por ser mas y
mas ricos, luego pasan a controlar el sistema de distribución desde la unidad
de producción hasta el retail, después pretender lavarle la cara a las
relaciones tiránicas entre el que detenta los medios de producción y el
proletariado expoliado inmisericordemente agregando a la ecuación mas
controles, leyes, normas y demás elementos que solo aumentan la
discrecionalidad de un funcionario público muy mal formado con escaso sentido
común pero un resentimiento profundo alimentado por un discurso pronunciado
desde el púlpito de la revolución de un pastor mequetrefe que se alimenta del
odio y que llega al extremo de decidir por vía administrativa a quién, como y
cuando se otorgan las divisas necesarias para importar todo lo que el aparataje
industrial dejó de producir por hacer cercenado los incentivos hasta acabar con
ese mecanismo de distribución e información que resulta clave para el
funcionamiento del sistema como lo es la cantidad de dinero que se está
dispuesto a dar para obtener un bien o utilizar un servicio. La intención de esto
no es otra que la de amputar la mano invisible o detener la rotación de capital,
con costos muy elevados en términos de inflación, recesión, desempleo,
emigración, en resumen; un caos social similar a las consecuencias de la
decisión que sin medir las consecuencias tomó George McWhirter Fotheringay en
el cuento de H.G. Wells “El hombre que podía hacer milagros” (http://www.cuentosinfin.com/el-hombre-que-podia-hacer-milagros/)
cuando haciendo uso de sus facultades extraordinarias mandó a detener repentinamente
el movimiento de rotación de La Tierra. América Latina ha sido desde su
conformación territorio para los experimentos sociales repetidamente fracasados
que en búsqueda de la felicidad sacrifican la libertad, tendencia que no parece
tener fin. Muchos claman al cielo pidiendo que aquellos que toman decisiones
digan como el personaje principal en el cuento citado: "Hay que obrar con
cuidado, no vayamos a hacer otro desaguisado"; acto seguido pidió perder
el poder conferido de manera azarosa y el regreso de la sensatez.
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