El creacionismo

El síndrome de la página en blanco (Antes; ahora de la pantalla) es un temor que siempre ha acompañado al escritor y no es exclusiva de la creación literaria. Le ocurre al compositor, al pintor y a todo aquel que pretenda crear algo de interés para el que desprevenido interesado en las distintas expresiones artísticas. No es raro encontrar a escritores que comentan haber o tener escrito algo pero que no se lo ha mostrado a nadie tal vez porqué no exista y solo quiere presumir de poseer vocación para la creación o por el temor a la crítica feroz que eche por tierra la incipiente carrera literaria o que sea objeto del peor de las emociones: La envidia. La envidia es tratada con particular maestría en la la novela de Eduardo Liendo llamada Los Platos del Diablo. El interés desmesurado por leer lo escrito por otro quién con cierta pena confiesa hacerlo ya hace sospechoso al primero, mas si posee algún espacio dentro del mundo literario de una región perdida, lejana de los círculos de publicación  del interior de la República. Sin lugar a dudas (y pido disculpas si la siguiente afirmación pueda resultar tajante) la mayor fuente de inspiración son las vivencias internas, eventos límite que marcan la vida de alguien, o las confesiones de otros que son utilizadas por aquellos arquitectos de la palabra para tejer tramas, subtramas, complicidades malvadas, conflictos internos durante una extensión de páginas suficientes para entretener al lector. El problema radica en la ética en el uso de tales narraciones, se puede confiar en que el involucrado jamás lo leerá pues no tiene ese hábito o si se autoriza el uso por parte del protagonista de la historia prometiendo “modificar el nombre y ciertas incidencias con el propósito de proteger a los inocentes” o dar una versión anónima derivada de las fantasías plasmadas por el creador. Escribir, idear personajes, ponerlos a interactuar con otros, aniquilarlos para sacarlos de la trama o darle otro giro es como la reproducción humana consciente nos acercan a Dios y eso es demasiada responsabilidad para un mortal, puede desatar la ira del Ser Supremo que se ve invadido en su investidura de ente superior. El temor a la crítica puede resultar paralizante para muchos así como el temor del crítico a ejercer su función por la posibilidad de herir susceptibilidades. Todas éstas consideraciones propias de un Felipe (el personaje de Mafalda preso de sus miedos e inseguridades) adulto se vencen con el acto de llenar pantallas y pantallas de palabras con cierta (in)coherencia de archivos en Word, subirlas a un blog y dejarlas ahí como una nota escrita, metida en una botella y lanzada al mar para que la corriente la lleve a cualquier lugar donde alguien pueda leerla. El éxito de tales molestias puede ser medido por visitas hechas a la publicación virtual, por comentarios hechos, por el interés de alguien de publicar un texto que parezca notable  para convertirlo en un éxito editorial, inscribir al otrora autor casi anónimo en el monolito de escritores candidatos a ganarse un premio de esos rimbombantes con premios en metálico, bañarse en flashes, meterse en el plano de muchas selfies colgadas en redes sociales, ser unl oráculo contemporáneo al que todos consultan, ganar la eternidad todo a velocidad de red 4G de alguna operadora de telefonía móvil celular solo disponible en par de ciudades del país o sencillamente escribir por no tener nada mejor que hacer y negarse a ver pasar la vida sin dejar algo que retrase su desaparición de ésta dimensión al ser leído por un arqueólogo virtual del futuro que estudie los contenidos que muchos dejaron en esa pieza decimonónica que algún día será la world wide web.

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