De la opinión al argumento
Las ciencias sociales siempre han estado
en conflicto consigo mismas. Se sienten a medio camino entre la exactitud y
rigurosidad de una ciencia fáctica y lo étereo y diverso de una ciencia no-fáctica.
Suele hacerse la distinción entre ciencias duras y ciencias blandas, tal vez su
carácter de dura proviene del uso del instrumental matemático, ecuaciones,
demostraciones, mediciones, observación de fenómenos, el otro lado de la
biblioteca, es decir de las ciencias blandas carece de la “dureza” de semejante
arsenal. Crea cierta confusión pensar si la distinción en base a la
maleabilidad de un cuerpo ante una presión directa tiene intención peyorativa o
didáctica.
Lo que si es cierto es que una ciencia que cae en la categoría de
blanda, mas que blanda flexible como la filosofía es considerada la madre de
todas las ciencias. La noción de ciencia no viene del uso de tal o cual herramienta
sino de la existencia de un objeto de estudio que pueda ser estudiado a la luz
de una metodología, por ello; en las ciencias sociales, particularmente en la
Economía, por ser de uso cotidiano y ser la ciencia de las motivaciones e incentivos
resulta muy fácil expresarse con cierta ligereza sobre cualquier tópico basado
mas en la apreciación del emisor y en la creencia de que por ser la propia
puede hacerse extensible al resto reforzado por la exigencia permanente de los
que tienen espacios en los medios de comunicación de simplificar para que todos
entiendan lo que trae como consecuencia que ante tanto simplificación el
conocimiento se vulgarice hasta el punto de confundir la opinión con un
argumento. La opinión deriva de la apreciación personal acerca de un hecho
determinado en el que se relacionen variables y en el que el sujeto que las
expresa es parte del objeto de estudio por el hecho de vivir en sociedad. El
argumento es el razonamiento que se hace a partir de una proposición con el
propósito de demostrar o de convencer. En los medios sobran opiniones, faltan
argumentos. En las opiniones se parte de una realidad interesada que obvia la
realidad, por ello se insiste en el error de implementar políticas basadas en
normas que conllevan a los mismos resultados lo cual reduce a los responsables
de las políticas públicas a la categoría “Einsteiniana” de tontos (o estúpidos,
la que mas les guste) al esperar resultados distintos.
Las opiniones y el derecho a expresarlas conforman la opinión pública la
cual resulta fundamental en cualquier sociedad democrática y de leyes, para Charles
Maurice de Talleyrand destacado hombre de Estado de la Francia de Napoleón
Bonaparte tenía mas espíritu que Napoleón, que Voltaire, que todos los ministros
presentes y futuros; mediante la opinión pública se detectan las necesidades de
la sociedad a las que el Estado en manos de políticos debe darle respuesta
efectiva en la medida de las posibilidades del mismo, pues existen necesidades
infinitas y recursos escasos, así como otra máxima que revela un rotundo
pragmatismo como aquella de que no hay almuerzos gratis. Por ello, en las
instancias de poder que diseñan las políticas públicas en el estricto sentido
del término se necesitan menos opinadores y mas profesionales del área. La vida de las
futuras generaciones es demasiado importante para dejarla en manos de amateurs
que insisten repetidamente en sus errores y fracasos.
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