Fairclough, el discurso y el objetivo
El análisis crítico del discurso está
en proceso de construcción y lo apasionante de su abordaje radica en el hecho
de que lo que se va proponiendo constituye un aporte al muro que lo constituye
o a la tarea de derribarlo para dar paso a nuevas vías que trasciendan en un
objetivo determinado. A partir de la selección de un discurso determinado, bien
en forma de discurso en sí mismo, entendido como una pieza oratoria leída con
una entonación determinada ante un público convocado para escucharlo debemos o
como un libro con un contenido que persigue un objetivo general o una obra de
arte en cualquiera de sus formas de expresión es preciso determinar en primer
lugar; el contexto social que le sirve de marco, luego su relación con la
institucionalidad (si la hubiere) o su compromiso con un conjunto de ideas que
conforman una ideología e intereses (La una no existe sin la otra) para
desentrañar el verdadero mensaje implícito entre las líneas del mismo, en la
entonación del discurso, de los trazos de la pintura, en la forma de la
escultura, en el primer plano de una escena de una película, en la escenografía
del primer acto de una obra de teatro y es que el lenguaje va mas allá de la
gramática, sintaxis y prosodia en el sentido de que es capaz de articular una
idea básica con propósitos específicos de unos intereses determinados.
Hasta acá todo parece simple y razonable, sin embargo; la ideología
tiende sombras (Casi nunca luces) sobre el discurso, mas aún cuando éste es
frontal y asume desde su génesis una posición determinada que finaliza con una
pregunta elemental: ¿Cuál es el objetivo general que persigue?, partiendo del
interés de alcanzar el poder para transformar la realidad circundante: ¿Será
capaz de permitir que otros discursos sean capaces de manifestarse?, ¿Abrirá
canales para que los desplazados del poder tengan las mismas oportunidades de
expresarse libremente tal como los recién entronizados lo hicieron?, ¿Qué nos
dice la experiencia?
La experiencia ha demostrado fehacientemente que en cada sociedad existe
una ideología dominante que es capaz de hacerse notar a partir de una base
legal que permite la alternabilidad en el poder y la existencia de contrapesos
que limiten el poder del Estado sobre la sociedad con las consecuencias perversas
que esto suele tener. La ideología dominante tiene nexos con los intereses
económicos de unas élites que se benefician de la institucionalidad y que
permite la reproducción del sistema con miras a garantizar la permanencia. Al
sistema se le pueden hacer muchos cuestionamientos, por un lado de aquellos que
están en el marco institucional y por el otro de aquellos que mantienen el
criterios de que mientras el status continúe no hay posibilidades de acceder al
poder por lo que resulta necesario denunciar la inequidad, el abuso, la
injusticia propia de un perverso sistema de dominación que pone sordina a las
aspiraciones de una sociedad alterna y subterránea que no se expresa, por ello
es necesario utilizar todos los medios legales e ilegales que estén disponibles
para acabarlo. Una vez alcanzado el objetivo, se hace necesario modificar la
institucionalidad de tal manera que no existan contradicciones entre poderes
independientes que es el principio básico del Estado Liberal, modificar el
sistema económico para arrancarle el poder de reproducirlo a la élite
empresarial y a la burocracia que trabajar para materializar sus intereses para a partir de allí, crear una nueva
sociedad representada por la existencia de un nuevo Estado que como
superestructura se ocupará de impedir que la élite desplazada retorne y que mas
allá de los nobles propósitos que los mueven terminan creando un aparato
represor que va lenta e inexorablemente cercenando derechos ciudadanos a la par
de crear una cultura nueva mediante la existencia de medios de comunicación con
una línea editorial uniforme que limita el espacio para la opinión pública
expresada a través de medios independientes, una “Nomenklatura” que dirige el
denominado “proceso” que comienza a tener intereses propios, reparte
privilegios a dedo y se apodera del discurso bajo el alegato de representar los
intereses de una mayoría que fue ocultada bajo la alfombra. El discurso se hace
monótono, unicolor y disociador hasta el punto que una porción nada
desdeñable en número de la sociedad se
siente desplazada, obligada a marcharse al entender que no es posible
desarrollar un proyecto de vida donde puedan ver coronadas sus mas anheladas
aspiraciones de vida.
La historia es la misma en todos los países que han transitado por ese
camino, el ejemplo mas emblemático es la del fin de la Unión Soviética y todos
los países de Europa Oriental que estuvieron bajo su influencia los cuales
cayeron no por la ausencia de los mecanismos de represión sobre los que estaban
montados, si no por la consolidación de un aparato estatal propietario de los
medios de producción incapaz de utilizar los recursos eficientemente. Norman
Fairclough, sin duda ha realizado aportes para la construcción de la
metodología del Análisis Crítico del Discurso viene de un país que vivió una
situación muy parecida a la ya descrita: Inglaterra. La sucesión de gobiernos
laboristas en los años setenta en ese país trajo una disminución del ritmo de
crecimiento del Reino Unido producto de la falta de inversiones privadas por el
ambiente hostil que se había creado contra las empresas, con un déficit fiscal
crónico y por su magnitud difícil de financiar, con ciudades mal dotadas en
materia de infraestructura pública, en las que campeaba la violencia callejera
y con un nivel de vida cercano a ciudades de tercer mundo hasta la llegada al
poder de la candidata del Partido Conservador, Margaret Thatcher quién embarcó
al país en una serie de reformas ambiciosas orientadas a acabar con el poder de
los sindicatos, el despilfarro fiscal y promover la libre iniciativa. Al
parecer, lo que subyace en ese discurso “liberador” es la denuncia de
situaciones de exclusión y desigualdad con el fin de llegar al poder pero luego
hecho del mismo incapaces de articular planes que disminuyan hasta eliminar
estos flagelos cuya permanencia en el tiempo da origen a un gran malestar en la
sociedad y a largo plazo creando un Estado represor en manos de una minoría que
se convierte en una burguesía desarrollada al amparo de la obsecuencia y el
privilegio
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