¿Psicolomista o Econólogo?
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Robert Shiller |
El inconsciente colectivo que definió C. G.
Jung ha sufrido cambios sustanciales en los últimos años producto del desarrollo
de medios de comunicación que permiten que las ideas piquen y se extiendan en
el campo de las ideas sin que se le pueda poner coto. Para lograr que las ideas
se difundan se hace necesaria la simplificación. Nada de sesudos razonamientos,
complicadas reflexiones y decantaciones teóricas. Quinientas palabras, frases
cortas con apenas sujeto, verbo y predicado, sin palabras rebuscadas que
remitan a la búsqueda de un diccionario.
Michel Foucault, solía decir
palabras mas, palabras menos que no había muchas ideas novedosas. Que las ideas
no eran mas que evoluciones de conceptos definidos años atrás que el tiempo,
los medios y el poder iban arrojando sucesivas capas de polvo, piedras y tierra
que en algún momento se hacía necesario desentrañar cual arqueólogo para
desenredar la madeja y exponer las verdaderas intenciones del poder.
De un tiempo para acá, el poder
ha apelado a las emociones para conseguir adeptos. Ya no se considera la toma
de decisiones como un proceso racional, objetivo a través del cual se evalúan
las distintas opciones para elegir la mas conveniente a los intereses de un
consumidor que siempre busca sacarle el mayor provecho posible a cada centavo devengado, del inversionista que
buscar maximizar su ingreso o del elector que decide en base a una oferta
electoral diseñada la satisfacción de sus necesidades como ciudadano.
Ahora, el proceso de toma de
decisiones es absolutamente emocional, casi un acto de amor hacia una marca o
rodeada de elementos que hagan sentir al inversionista aprehensivo y poco
proclive a arriesgarse con probabilidades de fracaso calculadas o al que siente
la pulsión del riesgo como una inyección de emoción necesaria para compensar
una vida gris, rutinaria y formal o al simbolismo de una figura emblemática que
alguna vez alcanzó el poder para desarrollar una gestión pública deficiente
pero inmune a crítica de la razón.
Se ha pasado de la racionalidad
económica a la emoción pura y simple porque resulta mas sencillo despertar el
monstruo dormido del ello subyacente, visceral, errático que convencer con argumentos a un yo
estructurado y comedido. Eso no tiene ningún inconveniente. Es parte de la
evolución de los tiempos de una especie que busca sobrevivir, el detalle está
en los cambios en el inconsciente colectivo que empieza a ser mas ello, menos
yo con las consecuencias que de ello se derivan y que ya están presentes en la
sociedad mundial tales como; la retirada del UK de la Unión Europea o el ansia
de independencia de Cataluña, decisiones a todas luces económicamente erróneas
pero con aparente piso político y determinación para ser ejecutadas.
Luego de leer a un Premio Nobel
como Robert Shiller que constantemente escribe sobre “Neuronomics”, decepción y
manipulación o percatarse que los
últimos premios otorgados por el Banco Central sueco son para investigadores
que vinculan la economía con la psicología para dar nuevas luces al proceso de
toma de decisiones se entiende que tal vez sea momento de quitarle a la puerta
de la oficina la denominación de Economista para sustituirla por el título de
Psiconomista o Econólogo, dejar de atender a personas interesadas en saber si
su idea de negocio es viable o cuanto vale una empresa en marcha para trabajar
con otras que desean identificar y resolver traumas que les impiden decidir
adecuadamente sobre el manejo de sus activos.
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