Gustave Courbet y el origen el mundo
Muchos suelen escandalizarse con
el cuadro colocado en éste blog. Alguien que formaba parte de un taller en
redes sociales que hice por curiosidad profesional comentó que hacía parecer al mismo como “un
baño de un bar de mala muerte”. Soy
experto en ellos. Parte de mi existencia transcurrió en el ambiente hostil de
una isla venezolana en medio del Mar
Caribe, en un ambiente pletórico de tetosterona, entrar en ellos siendo menor
de edad era una de los formas no-físicas de demostrar que eras un macho, así
como entrar en la funciones de películas porno que se exhibían en el cine del
pueblo a altas horas de la noche. Toda una hazaña en un lugar donde la vida
nocturna no existía. Llegaban las sombras a invadir el espacio y la dictadura
del silencio era resistida por grillos, sapos y otros seres vivos que en realidad nunca me preocupé por
identificar. Lo que si identificaba era el grito humano de “Chu Palagar” quién
caminaba hacia un lugar seguro mientras cantaba a viva voz cualquiera de las
canciones de Hector Lavoe (Triste y vacía, El Cantante, Consejo de Oro) a guardar
su “pea” en la seguridad de su hogar o sonido de las muletas de madera de otro
personaje acorralado por el ron llamado por el vulgo “Chico La Perra” quién
deambulaba por la calle Los Muertos sin dirección, ni propósito alguno o el
andar apurado acompañado con una risa nada discreta de la “Yuca Brava”,
prostituta de caserío que iba o venía de prestar sus servicios de manera
solícita a cambio de unos pocos bolívares en cualquier lugar que estuviera
lejos de las luces precarias del alumbrado público. Casas de bahareques
abandonadas, matorral a la vera de la calle, camino de tierra a pocos metros de
la vía principal, asfaltada y señalizada. No eran muchos esos habitantes de la
noche, quienes no distinguían entre días de semana, sábados y domingos, ni
meses. Solo exhibían limitados por la densa sombra de la noche los efectos del
alcohol y de la euforia de las endorfinas liberadas luego de una sesión de sexo
alquilado. El bar, era uno solo. Tenía un baño muy precario, que a duras penas
podía ocultar el olor que emanaba la poceta escasa de agua y el lavamanos
generoso en recibir cuanto efluvio saliera de los orificios del cuerpo
visitante apurado incapaz de distinguir en medio de su delirio alcohólico entre
el pegado a la pared con un grifo
goteando a ratos alternado con largos períodos de sequía y su compañera
siempre silenciosa fijada al piso. Ese fue mi encuentro mas cercano con el tal “bar
de mala muerte”. Luego, en la ciudad me encontré con otros tantos y de verdad
no encontré ningún baño que estuviese adornado con El origen del mundo de
Gustave Courbet. Gustave, Gustavo (Tavo como le dirían en Margarita); para
entrar en confianza con el personaje, era un pintor francés que sin duda alguna
se hubiese fascinado en cada visita a la
versión tropical de éstos bares que abundan a lo largo y ancho del mundo.
Por su taller pululaban; borrachos pendencieros, malvivientes de toda calaña,
prostitutas voluntariosas, por un lado; es decir aquellos personajes habitantes
en el inframundo que Karl Marx catalogó
como el lumpenproletariado alrededor de
los cuáles José Fouché construyó una red social nada virtual que lo proveía de
toda la información necesaria para convertirse en el hombre mas temido por
Napoleón Bonaparte; por el otro, damas de sociedad y aristócratas en busca de
experiencias fuera de lo común que sirvieran de receso al tedio de sus existencias,
sin importarles que sus ideas en comunión con el socialismo revolucionario
pretendían justificar la extinción de ellos como clase, comía la hostia de la
ruptura con el status de la época con el filósofo anarquista Pierre Joseph Proudhon,
oraba su credo basado en la existencia
de contradicciones que agudizadas darían paso a una nueva sociedad mientras
creaba obras descarnadas, plenas de ese realismo extremo que escandalizaba al
pudor de época (Y sigue escandalizando al actual) convirtiéndose en el sumo sacerdote
de la cultura alternativa. Una de sus tantas obras es “El origen del mundo”. Un
pubis poblado de vellos que cubren el exterior de una vagina espléndida, con
senos que coronan un tronco con una leve inclinación cubiertos torpemente por una sábana en desorden que deja ver un
pezón amplio, una dama en pose sensual y abiertamente perturbadora que sacude
los sentidos de una sociedad pacata y prejuiciosa incapaz de aceptar la
realidad tal cual es y convivir con ella, que por sanciona al diferente, al que se
expresa sin guardarse nada , al alma libre que vive según sus creencias.
Colocar el cuadro de Gustave Courbet es un ejercicio de libertad, un compromiso
eterno con la independencia de quién (Parafraseando el título de una de las
novelas de Milan Kundera) lucha por dejar de ser insoportablemente leve así en
ello se le vaya la vida.
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